28 nov 2014

LA ÚLTIMA ENTREVISTA CON ARMANDO TEJADA GÓMEZ


Por Andrés Cáceres


En un bar de la calle Amigorena, meses antes de morir en 1992, Armando Tejada Gómez fue entrevistado por Los Andes. Quien esto escribe tomaba un café y otro y fumaba mientras el escritor vaciaba una botella de ginebra, seguía con vino y proseguía con más vino, con una cultura alcohólica envidiable. El relato, que duró más de dos horas, fue tan coherente que no hubo necesidad de corregirlo. Hoy, en su homenaje, lo damos a conocer sin las preguntas, apenas abreviado por razones de espacio.


De canillita a poeta

Comencé a escribir poesía a los 13 años. Fui a la escuelita de Tres Porteñas en San Martín. A la muerte de mi padre, mi madre nos repartió porque éramos muchos y yo fui a casa de una tía india, Fidela Pavón, en el campo, cosa que le agradezco a mi madre para siempre. Allí fui tres meses a la escuela, pero fue mi tía la que me enseñó a leer, durante una convalecencia, en su catecismo. Era muy beata y hacía novenas recorriendo fincas. Yo leía las partes que me indicaba y me habitué a la letra de imprenta. Tuve una enorme dificultad para escribir. Además, teníamos que ayudar a nuestra madre y fui muy poco a la escuela.

Salí a vender el diario Los Andes, querida memoria de este pueblo, a los 6 años y a los 15 terminé mi primer libro de poemas. Ese libro tenía influencias hasta del pasto. Era un adefesio fenomenal. Por suerte se lo llevó el viento; se lo llevó el canal Guaymallén para siempre.

El canto de nuestra gente

A los 20 me empezaron a salir algunas cosas y a los 23 escribí "Pachamama", poemas de la tierra y el origen; cosmogonía americana del Universo. Entre las consejas de los mayores y de los indios huarpes, de los que yo provengo, y de las reuniones de fogón, aprendí la cultura americana, porque no frecuenté aulas. Aprendí la voz popular en que creíamos. Muchas palabras huarpes que conocía de niño se usan todavía. Cuando volvíamos de lustrar, yo oía a los cantores en los boliches que había a orillas del canal Guaymallén y el canto de nuestra gente se nos inoculó para siempre en la mente y en el espíritu. En la sangre ya lo traíamos.

Esta vinculación con el canto, la música y la copla ha creado una imagen bastante confusa. Se me considera a veces músico y me adjudican la autoría de muchas composiciones y yo jamás escribí una nota. La fama del autor de canciones y del cantor tapó el acontecimiento vertebral de mi vida, que es la literatura. Aun en Buenos Aires no se me considera un escritor. Sobre todo en los cenáculos que, además, los detesto. No soy muy agradable ni sociable con los círculos. Pero vivo a disposición de mi gente, de mi pueblo. En el lenguaje y en la escritura, cualquiera sea el método que utilice, me lo da la gente.

De la Medialuna a la fama

"Pachamama" está dedicado a mi madre. De ella recibí las más grandes enseñanzas de nuestra cultura huarpe y americana. Tenía sexto grado porque mi abuelo había sido próspero en Panquehua y un revolucionario: mandó a sus hijas hasta sexto grado, lo cual era una osadía en esos tiempos.

En 1954 gané el certamen literario de la Municipalidad de la Capital con "Pachamama" y lo pude editar. Yo era entonces obrero albañil y alternaba ese trabajo con la radiotelefonía, a la que recién ingresaba. Cuando abrieron el sobre de los datos personales se encontraron con un autor desconocido, domiciliado en la calle Ricardo Gutiérrez de la Medialuna y salté a la fama en la literatura, pero ya tenía pegada la fama de cantor, como diría Borges, de un compadrito de los arrabales y piringundines. La comunicación que tenía con la gente a través del canto y la guitarra creó un malentendido: yo era una especie de malevo que escribía versos. Muchos se ocuparon de agrandar la leyenda y otros de ponderarla. En 1957 gané, por unanimidad, el premio Los Andes del 75º Aniversario, con un poema del libro "La verdadera muerte del compadre". Y ahora te voy a contar cuántas veces perdí por unanimidad, antes de los premios.

Locutor inhabilitado

Por entrevistar a Juan Carlos Castagnino, que venía de China, me hicieron un sumario en la radio y me inhabilitaron como locutor en todo el país. Fue un año de exilio, en un Estado nazifascista, totalitario. Me ataron el paquete porque, además, me había negado a ponerme luto por la muerte de Eva Perón, a quien admiro, pero no me gustaba que fuera obligatorio. Lo mismo que hizo más tarde la dictadura militar, ya me lo habían hecho a mí. Se prohibió mi nombre. Yo recién empezaba a hacer canciones, de modo que las difundían sin mencionarme.

Partí al norte con una compañía folclórica, con el Chango Nieto y Eva Godoy, y nos fundimos en Tucumán. Empeñamos lo que teníamos y arribamos a Buenos Aires. En el ínterin escribí "Tonadas de la piel" y lo envié al concurso que hizo Gildo D'Accurzio y gané el premio, que era la edición.

La Nueva Canción

Mi hermano Lucas, obrero albañil, me dijo un día que sus compañeros decían que yo escribía cosas que nadie entendía. Le expliqué que para poder manejar todos los elementos que conforman el trabajo literario necesitaba dominar el idioma, pero me quedé con la espina. Fue cuando comencé a escribir mis poemas llamados sociales, que me catapultaron otra vez a la fama. Al mismo tiempo creamos con Oscar Matus, Tito Francia, Zanessi y Martín Ochoa, la Nueva Canción. Éramos una juventud a la que nos gustaba el jazz, Beethoven, Mozart, Bach, la tonada, la cueca: nunca hicimos una frontera para la música. Después, cuando recorrí el mundo, advertí que teníamos razón, que esa era la nueva cultura que asomaba.

En aquel momento fue cuando escribí "Hay un niño en la calle". En Primitivo de la Reta y Amigorena había un boliche que era el punto de reunión. En esas charlas, a causa de una apuesta, salió el tema del canillita que yo había sido.

El diablo de colmillos rojos

Yo tenía un terreno en Luzuriaga, donde había levantado un par de piezas. Si este país hubiera tenido gobernantes que hubieran logrado un desarrollo sostenido, tal vez los diarios se venderían en los quioscos y los niños, en lugar de andar por la calle, estarían en la escuela. Entonces escribí: "A esta hora, exactamente, hay un niño en la calle". A partir de ese verso aparecieron el premio y el castigo. Para muchos fui un diablo comunista, un subversivo; para otros, un poeta con alma social y espíritu cristiano. Pero lo que prevaleció, en pleno nacimiento de la Guerra Fría, fue el diablo de colmillos rojos que se quería comer a las niñas de la buena sociedad.

Yo venía de los obrajes y de las cosechas de fruta. Me había criado duramente, esa era la verdad, y lo estaba traduciendo a lenguaje escrito. Y tuve éxito. En España les costaba creer que cualquier libro mío de poesía tenía una tirada de diez mil ejemplares.

Yo sentía que había acertado con un lenguaje imprescindible, de diálogo con el desvalido, con el desgraciado de la tierra. Yo era uno de ellos y no por tener una situación diferente me sentía alejado. La noche que escribí "Hay un niño en la calle" estaba acertando con un drama mundial que ahora está frente a nuestras narices. Yo estoy seguro que nadie quiere ser injusto, pero se aferran tanto a los intereses materiales y burdos que no prestan atención a esa población marginal, que no pertenece a ningún partido ni a sindicato alguno, ni a vecindario alguno, y que en la búsqueda de una dignidad que se les ha negado, se convierte en depredadora. Es así como asistimos a una depredación permanente.

Me gustaría que la gente pudiente reflexionara un poco y se diera cuenta de que nada vale si hay un niño en la calle, porque todo el mundo tiene derecho a la vida y, además, ese niño se va a multiplicar. Esto lo puse sobre el tapete y a partir de ahí me volqué a lo que se llama literatura social y comprendí aquello que decía Sartre, del grado de compromiso con la historia.

Protestas, huelgas, presidio

Desarrollé otros temas, buceando en esta problemática y llegué a parar al centro del combate físico de las luchas sociales. Esta actuación me lleva, en algún momento, a ser diputado. Entonces, yo era delegado del gremio de la construcción. Este accionar me significó, también, ir diez veces a la cana, por encabezar movimientos de protesta entre los cosechadores.

Mi novela "Dios era olvido", que va a nacer mucho después, cuenta sobre la primera huelga a causa del precio del tacho de uva. Inconteniblemente, caigo al tema de "Antología de Juan", que es mi síntesis. Es más, inventé un libro que es interminable, cuya segunda edición se ha producido hace un año y con más poemas de los que tenía el original. En esa antología fui anotando todos estos temas sociales.

Lenguaje de masas

En Buenos Aires puse un espectáculo muy modesto. Allá vi caer a Perón y toda esa cosa que parecía inamovible. Del mismo modo como había leído que cayeron Yrigoyen y Rosas, y me di cuenta que esto era una verdadera carnicería humana, que nos fracturaba toda memoria cultural. Anteayer era delito que yo no llevara luto o que hablara por radio y ahora era delito llevar una escarapela con la imagen de Perón o Evita. Por entonces era soltero. Pensé en mi madre, en este país caníbal y como ya pude regresar a Mendoza, volví y recuperé mi puesto en la radio. El doctor Vítolo me puso en la biblioteca legislativa, donde leí todos los libros que pude. Pero me quería de candidato y yo prefería estar con los rebeldes del MIR. Es la época de Frondizi, quien luego fue despedazado minuciosamente, incluso por mí, que había entrado en el canibalismo político. En esos momentos escribí "Historia de tu ausencia", uno de los libros más dulces que tengo, y luego "Los compadres del horizonte", dedicado a dos diablos del averno: Benito Marianetti y Ángel Bustelo. Más tarde escribí "El capitán del sur", un poema sobre la gesta de San Martín, nuestro vecino de la Alameda.

Las canciones venían subyaciendo desde que Matus y yo teníamos entre quince y diecisiete años. Éramos románticos, adolescentes, y hacíamos unas guaranias llenas de melosa literatura y música correspondiente, hasta que un día escribimos la de los humildes. Simultáneamente éramos cantores y yo lo fui hasta los veinticinco años. Dejé de cantar porque me aburría. En la mitad de una zamba ya estaba cansado, porque me interesaba más la poesía como lenguaje de masas. El texto de la canción me parecía chico y no quise cantar más.

Ya teníamos "Zamba del riego", epicentro de lo que fue la Nueva Canción, "Tonada de mi padre tropero" y "Zamba de la distancia", que altera la armonía y crea un nuevo sentido de la narración verbal en el canto popular folklórico. Luego viene "Zamba azul" y "La Pancha Alfaro", y mientras tanto escribí "Ahí va Lucas Romero" y gané varios premios.

A pie a la Legislatura

Luego vino la diputación, mis luchas en la Legislatura, mi apertura hacia otras ideas políticas y mis viajes. La política es una disciplina que absorbe completamente. El que tiene vocación, muere allí. No era mi caso. Al término de mi mandato me querían usar de aquí y usar de allá. En eso me premiaron desde la Casa de las Américas en La Habana, por "Los compadres del horizonte".

Se me planteó el problema de mi verdadera vocación. Inventé que me iba a Buenos Aires y me encerré en mi casa de Luzuriaga a pan y agua, como hago cada vez que tomo decisiones importantes en mi vida. Después llamé a mis camaradas y compañeros y les dije que me relevaran, que nunca iba a perder mis convicciones, pero que la política no era mi tarea. Pepe García, un gran dirigente comunista, me dijo que Lenin fue escritor y revolucionario. Y yo le dije: "Claro, pero yo me llamo Armando Tejada Gómez, y soy un negrito de la Medialuna". Don Benito Marianetti, que era un hombre muy amplio, el día que yo leí "Ahí va Lucas Romero", me dijo: "Este es como otro Martín Fierro; tómese toda la licencia que quiera y si es para siempre, que así sea". Mi madre, doña Florencia, diosa del país de Cuyo, me lo enseño todo. El primer día, cuando iba para la Cámara, me dijo: "No mienta nunca a su pueblo", y me besó. Con esa orden hice toda mi tarea legislativa. Hay cosas como éstas que quiero contarlas. El primer día que nos reunimos en el bloque, apareció uno de esos señores de portafolio. Me ofreció un Kaiser Carabela a pagar en largas cuotas. Le dije: "Mire señor; yo he llegado a pie a la Legislatura y me voy a ir a pie".

El único intelectual

Yo me había ganado ya, creo, todos los premios de la provincia y me iba a hacer odiar porque acá, vecinalmente, somos malísimos. Las canciones habían comenzado a circular. Vamos a decirlo en términos duros: mi negocio se había trasladado a Buenos Aires. Mi trabajo estaba allá y yo debía ayudar a sostener a mi familia, todos obreros y campesinos. El único que llegó a intelectual fui yo. En Buenos Aires, las canciones iban delante de mí y luego, también los libros.

"Nunca he sido antiperonista"

Tras el gobierno de Frondizi vino un tal Guido, una especie de gelatina de la Latinoamérica del subdesarrollo, y con los militares en el gobierno, el trato fue mucho peor. Incluso con el regreso de Perón. Nunca he sido antiperonista: que eso quede bien claro. Poco a poco supe que no hay que ser 'anti' de muchas cosas. En la Legislatura conocí a hombres probos del partido conservador. Los he respetado y me han respetado. Sabíamos que éramos hombres que peleábamos por el bienestar de nuestro pueblo desde puntos de vista diferentes. No es que esté haciendo las paces. Yo ya no necesito nada. Estoy despojado de todo. Tengo todo lo que podría tener un hombre, un negrito de la Medialuna: estoy en el Espasa Calpe; ¡qué sé yo!, todas las zonceras que huelen a almidón y a eternidad; acabo de rechazar un homenaje en Buenos Aires, en fin... No me gustan. A mí me homenajea el pueblo todos los días: no más que ver cuántos libros míos se venden.

Después vinieron las giras por todo el país. Monté en Buenos Aires un espectáculo con poesía hablada, ese arte de masas que nace en la juglaría y los coros griegos y de algún modo la gente regresó al hábito de escuchar poesía. Grabé discos y fui mi propia empresa. Natalio Faingold, recuerdo, me prestó treinta mil pesos para que editara mi primer disco. Fue un éxito tal que a los treinta días se los devolví, aunque él dice ignorar que me los prestó y, lo que es peor, dice ignorar que se los devolví.

Una cárcel dorada

En Buenos Aires se reeditaron varios libros, escribí tonadas y fueron momentos muy duros, muy políticos, muy polémicos. Cuando la dictadura última, cuando los genocidas no nos dejaron vivir y yo estaba prohibido, tenía prohibido todo mi país. Me dieron una cárcel dorada que fue Buenos Aires y ahí escribí mi primera novela. Un drama en dos actos que era horrísono. Es que no sé escribir en prosa. De ahí nace "Dios era olvido", que lo amo porque rescata todo el lenguaje cuyano, que no es moco de pavo: hay una cuyanidad. Hay un modo de serlo, de existir, de estar. En Occidente, ser es tener, llenarse de cosas, tener un departamento, un auto, una casa de campo, una cuenta bancaria, tarjetas de crédito, prestigio social y brillo, porque para ser alguien se necesitan objetos y que los demás lo noten. Contrariamente, desde el punto de vista de la cosmogonía americana, ser es estar y esto lo dejo para la reflexión de todos mis conciudadanos.

La cuyanidad

La cuyanidad se nutre de una etnia a la que se ha tratado de tapar con arena. Hay una cultura milenaria: de ingeniería hidráulica, de cultivo, de cerámica, de telar, de cestería y mimbrería que no ha sido superada. Los conquistadores no descubrieron nada. Dieron un ¡pumba! colosal contra el continente. Aquí había cultura y muchísima. Toda la cultura del Cusco, de los mayas, Teotihuacán, Chichén-Itzá, el sistema de la ciudad multiplicada hasta el mar, la escritura en los códices, la escritura del quipus. Somos un continente enterrado, y todo lo que le queda a Occidente es desenterrarnos para ver hasta dónde sabíamos algo. Tiahuanaco parece ser, según un estudio que hay en la Unesco, una de las primeras metrópolis organizadas de la humanidad, tapada con arena.

"Canción con todos"

Mi última novela se llama "El río de la legua", habla de los cuatrocientos años de vida de Buenos Aires, desde que llega Pedro de Mendoza hasta que cae Perón. Es una saga y ese es el primer tomo. Luego tengo que escribir el otro tomo si me da el cuero. El otro libro que he presentado se llama "Cosas de niños" y son poemas para adultos escritos desde el niño. "Dios era olvido" la escribí durante la dictadura y gané un premio internacional. No me gusta decir esto. Ganamos doce mil dólares, que nos hizo muy bien a todos los exiliados que estábamos tirados allá. La "Canción con todos" ha sido designada "Himno de América Latina" en la Unesco y traducida a treinta idiomas, algunos tan insólitos como el danés. He firmado contrato para autorizar las traducciones. Ahora estoy revalorizando cosas que en el apuro no vi sobre mi país de Cuyo. Creo que hay que insistir en el tema de desenterrar esta memoria étnica. Creo que había una excelente y bella cultura, no para negar otras sino para que alguna vez nos escuchen a nosotros. Yo no niego nada: me pongo toda la cultura mundial encima. Sólo que a veces me harto y cuando estoy en algún foro mundial les pido: ¿Me dejan decirles cómo es la cultura de nosotros? Y se ponen muy nerviosos.
 
Casamiento con rito huarpe

Tal vez vuelva a radicarme en Cuyo. Me casé con una joven y es la primera vez que tenemos parientes europeos en la familia. No es por eso que hable con desaprensión. Tengo un enorme respeto por la cultura europea, pero les exijo que ellos también la tengan por nosotros. Me casé con una joven de apellido Succhini que me dio dos hijas bellísimas. La mayor nació cuando yo estaba visitando China. Al nacimiento de la menor, asistí en la Clínica Patricias. Las dos son mendocinas. El tercero, Gabriel, tiene seis años. Es hijo de otra pareja, con quien no nos hemos llevado bien. Y mi tercer matrimonio es con Teresita Graffigna Bustelo, ya con ella muy asumidos todos nuestros apremios culturales. Nos hemos casado en Pismanta por el rito huarpe, frente a toda nuestra familia.

El rito huarpe consiste, en parte, en el serviñacu, que es un servicio mutuo. La pareja se prueba durante un año. Cuando se ha cumplido el plazo, acude a su familia y rinde cuentas del resultado de esa unión. Si quieren seguir siendo pareja para siempre, se convoca al mayor de la comunidad, que puede ser pariente o no, y él hace el ritual del casamiento. Consiste en ubicar en el punto más visible de un sitio, al mediodía pleno de América, y allí el mayor de la comunidad dice una oración, una rogativa por la pareja, que está descalza sobre la tierra. La mayor de la comunidad vuelca la bebida del lugar, en mi caso fue vino, para que beba la Pachamama. Con las manos se hace una especie de pirámide entre todos y sobre esa pirámide, se tira la bebida. La mayor de la comunidad y no de la tribu, vuelca la bebida.

Ni indios ni tribu

Tribu es un concepto occidental. Nosotros no somos ni indios ni tribu. Cuando el vino cae, la pareja dice una rogativa muy breve: "Pachamama cusilla, cusilla Pachamama". No es madre tierra, como traducen los españoles. Quiere decir: "Lo que es fue y será; lo que permanece y permanecerá: el Universo. Cusilla quiere decir ampáranos. Y listo.
Los Andes On Line - Lunes 11 de noviembre de 2002  - Mendoza, Argentina


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